Dame, Señor

… dame, Señor, la sabiduría de valorar
lo aparentemente insignificante de los detalles,
de las cosas pequeñas que la soberbia desprecia…

… dame, Señor, la capacidad de acoger
los silencios, las heridas y los fracasos,
de tantas vidas cerradas, sin esperanzas…

… dame, Señor, la paciencia de soportar
los tiempos de los procesos y de las siembras,
de la historia y de la ternura de tu Providencia…

… semilla, historia, proyectos, sueños,
cerrados sobre sí mismos,
hermética defensa,
seguro el gesto,
certera la palabra,
todas sus costuras bien selladas…

… para saber qué eran
y hacer vida su secreto estéril,
abandoné la curiosidad del niño,
que rompe todos sus juguetes,
o la del sabio bisturí que disecciona
y aprende de la muerte,
o la pregunta experta
calculada como un lazo
que atrapa el paso confiado…

… los enterré en el mejor rincón
de mi jardín, reclinatorio sin alambradas,
los dejé abrazados
al misterio de la oración,
del cariño del silencio fecundante
y del respeto de la soledad acompañada…

… y brotaron sus identidades más escondidas,
y fueron manantiales de vida esperanzada,
porque lo que no se siembra y deshace, muere…

“… ‘el Reino de los Cielos
se parece a un grano de mostaza
que un hombre sembró en su campo’…”
(Mateo 13,31)

(… la “rosa sin por qué es aparentemente insignificante, pero una vez acogida su gratuidad llena de alegría toda la vida… con el Evangelio de hoy, San Mateo 13,31…)